sábado, 10 de diciembre de 2011



A Rina
La tentación arpegia sus tentáculos,
me abandona al miedo de asumir testaferros;
sólo entonces puedo deshojar las auroras
como agujetas vistosamente ciegas,
extender los labios hacia la muerte,
lamer sus pasos propietarios del vientre inverso
atezado por la multitud de alumbramientos;
pero las ganas se agotan, se agotan
ante tanto escurrir sonrisas al diluvio,
ante tanto cerrar el mundo, apagar los ojos
y esparcir los brazos presumiendo esperanza:
aguardando esperanza como quien dice suspiro
y la tristeza no se acaba.
Preferí velar mi cerebro con amapolas,
dejarlo clausurado con el rencor del arcoíris,
limpio como el orgasmo de la luna.
Preferí romper mis ojos: profundizarlos
como grietas sin límite ni horizonte,
ni mariposas agitando pétalos
para evitarle soledades a la rosa;
pero recordar produce cicatrices en la lluvia:
el recuerdo se empoza urdiendo raíces
tan profundas como el reposo de las olas,
y huir es la naturaleza del vuelo.

Huí cuando lagrimaba
por sólo descolorarme, decretando
mi vocación de pájaro:
hasta las intenciones se oxidaron con mis alas:
me llamo oxidación y cargo la aurora en las plumas:
uso la edad como pretexto para ausentarme
a la estación obligatoria de todo llanto,
donde las sonrisas epitafian a consuelo
y mi quehacer requiere desgajar tempestades.
Pero las ganas se agotan,
la sonrisa envientra tristeza al tiempo que inversa
parto de grieta en grieta al tanto vacío.
Quise consumir los eólos trapecios
por condensar soledades:
ahorro de aposento al mismo trayecto
aunque el cuerpo transcienda a madejar lirios.
Cada lluvia solsticia su llanto: mayor ápice
que tremenda la dolencia del verdugo,
atlante sin firmeza al humedal impropio del desierto.
Sin más que nazca al rostro, revienta sin más
dejando a las velas engordar lágrimas
como dolores duros o dientes pregoneros de ambiguas
dispersiones: cuán ciego está el sol que no calidece,
que no soslaya las curvas más necesarias para sombrar
tristeza.

Apagar los ojos. Al revés espeja a simiente,
planta a semillar en tierra,
vendaval de mariposas alando amaneceres
que ondulan hondo en el alma.
Adentro principia al acabo.
Adentro palpita como crecer de luciérnagas,
como corriente que a esperanzar trina
sin la menor queja.
Los párpados paraguan por resumir goteras
aunque la humedad hermane pestañas.
Adentro principia al acabo y embriona la ausencia:
la soledad remedia los abrazos sinceros,
arpegia la esperanza necesaria en el recuerdo
donde las palabras dimiten para ser amapolas
y la memoria feretra
como quien dice suspiro.







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